En los diabéticos se encuentra un aumento de la concentración de glucógeno en el corazón. Mientras que en condiciones normales la principal fuente de energía es el ácido láctico, en la diabetes está disminuida la utilización del láctico, pirúvico y glucosa, y aumentada la de ácidos grasos y cuerpos cetónicos. Se produce una hiperlipemia e hiperco- lesterinemia, que facilita la enfermedad coronaria y que es la causa más frecuente de muerte en los diabéticos.
Al mismo tiempo, la obesidad muy habitual en los diabéticos, facilita las coronariopatías, como consecuencia del trastorno del metabolismo de los ácidos grasos. Según algunas estadísticas (Partamian), más del 50 por 100 de los diabéticos mueren de infarto de miocardio, que es además más grave en ellos, ya que aunque la mortalidad inmediata sea similar a la de los demás, la supervivencia al cabo de los 5 años baja de un 50-80 por 100 en los no diabéticos a menos del 40 por 100 en los diabéticos (Bradley, Colé, Partamian).
La edad, el tiempo de evolución de la diabetes y la existencia de otras lesiones vasculares (microangiopatía, arterioesclerosis, etc.) favorecen la presentación de infartos.
Un aspecto a tener en cuenta es que muchas veces se encuentran cifras elevadas de glucemia e incluso glucosuria en enfermos con infarto de miocardio que no estaban diagnosticados previamente de diabetes. Se plantea entonces la cuestión de si son o no diabéticos. Cuando las cifras de glucemia son superiores a 180 mg por 100 y la glucosuria es alta, y sobre todo si se añade cetonuria, el diagnóstico es claro y hay que considerarlo como un diabético ignorado (hay millones de diabéticos sin diagnosticar en el mundo) con un infarto de miocardio.
Las dudas surgen cuando las cifras de glucemia son poco altas y la glucosuria es escasa o no existe. En estos casos lo más aconsejable es la repetición frecuente de las determinaciones de glucemia, no siendo recomendable la administración de insulina, ya que es mucho más peligroso producir una hipoglucemia a un enfermo con un infarto que mantenerle con unas cifras moderadamente altas de glucemia.
Una vez que ha superado la fase aguda del infarto, si persiste la alteración se llega a la seguridad diagnóstica mediante las pruebas de sobrecarga de glucosa, tolbutamida, insulinemia, etc., en la forma que veremos más tarde.
Más del 50 por 100 de los diabéticos de más de 40 años tienen arterioesclerosis coronaria y muchos autores coinciden en afirmar que en sujetos con lesiones de coronarias, confirmadas mediante arteriografías selectivas de las coronarias, la frecuencia de alteración del metabolismo hidrocarbonado, demostrada por una curva de glucemia patológica, se encuentra en un 60 a 70 por 100.
Una estadística de Goldek encontraba que 27 por 100 de los enfermos con infartos de miocardio eran diabéticos ignorados. Parece una cifra excesiva y es posible que en ello influyan los criterios de diagnóstico de la diabetes. Lo que sí es evidente, y lo confirman muchos estudios estadísticos (Epsein, Poe, Enos, etc.), es que aunque la frecuencia de enfermedad coronaria ha aumentado en la población no diabética es mucho más alta en los diabéticos, y que mientras que en éstos hay muy poca diferencia entre el sexo masculino y el femenino, en los no diabéticos la balanza se inclina notablemente hacia los varones, hasta el punto que su frecuencia en mujeres no diabéticas no llega al 10 por 100
Además de la mayor frecuencia de infartos, los diabéticos padecen más frecuente y precozmente que los demás miocardioesclerosis e insuficiencia cardíaca fácilmente relacionables con la arterioesclerosis y la angiopatía de los vasa vasorum.