Evolución de los conocimientos acerca de la diabetes

Tan antiguo puede considerarse el conocimiento de la diabetes, que no sería exagerado decir que su existencia ha corrido pareja con la del hombre. Baste señalar que los primeros escritos que, con certeza, se relacionan con ella datan de una época tan remota (Papiro de Ebers, egipcio) que se podían considerar como viejos ya en los tiempos de Moisés. Lo que ha ocurrido es que su historia es menos dramática que la de las otras enfermedades, por ser un mal que afecta a individuos aislados más que a grupos humanos. Como no es contagiosa, no causa epidemias; cada víctima padece sola, y, como no constituye un peligro para su vecino, despierta poco interés entre las autoridades encargadas del estado sanitario de las colectividades.

Historia de la evolución de los conocimientos acerca de la diabetes.

Algunas enfermedades muestran su historia completa en sus síntomas, y, de este modo, una vez que éstos son reconocidos deja de existir todo misterio acerca de su origen y, por consiguiente, también en lo concerniente al tratamiento necesario. En el caso particular de la diabetes las cosas han sucedido en forma muy distinta, y hasta el momento en que la medicina pudo avanzar desde la definición de los síntomas hasta la explicación cierta de los mismos, no hubo ninguna posibilidad segura de mejorar la enfermedad.

Si bien su historia, que a través de los siglos es conocida por observaciones casuales desperdigadas en los escritos de los primeros observadores, permite afirmar que sus síntomas ya eran muy bien conocidos en la más remota antigüedad—ya Suresuta (500) descubrió el sabor dulce de la orina—, sólo en épocas relativamente recientes se obtuvo el exacto conocimiento médico de cómo y por qué se produce.

El vocablo diabetes entró en el idioma en el siglo 1, cuando Abeteo de Cpadoc, nacido alrededor del año 131, designó de este modo a la enfermedad. Ese término, que significa “a través de un sifón”, descriptivo del síntoma tan común de orinar con frecuencia, nada aportó al conocimiento de los demás en particular y de la enfermedad en conjunto. Recién en 1674, en Europa, a través de Thomas Wiijlis se redescubrió la «orina de miel»; en 1682, Brijnner descubrió que la pancreatectomía experimental en el perro producía poliuria y polidipsia pero no llegó a relacionarlo con la diabetes, y en el siglo XVIll, John Rollo la atribuyó la diabetes a una causa gástrica y descubrió la catarata diabética y el olor a acetona.

Muchos autores se han destacado netamente por su contribución al conocimiento del proceso. Así, Mathew Dobson descubrió el gusto dulce de la sangre; William Uilen agregó el término “mellitus” y Thomas (Tavey observó, en 1788, la participación del proceso destructivo del páncreas que quedó consolidado en forma definitiva en 1889 cuando los investigadores Merina y Minkowski comprobaron la relación de la diabetes con el páncreas, produciendo la enfermedad en los animales de experimentación, a los que quitaban la glándula o causaban su destrucción.

Resuelto así el problema del “órgano culpable”, quedaba aún por dilucidar qué parte del mismo era la que al afectarse causaba la enfermedad. Y fue Opie, en 1901, quien relacionó la afección con los conjuntos de células, conocidos con el nombre de islotes de Langerhans en honor del investigador que los observó por primera vez en 1869, sin que se les asignara una función determinada. Hoy se considera establecido, sin duda alguna, que la misión de esas formaciones especiales es la de producir y verter directamente insulina en la sangre, habiendo sido Bensey quien, en 1911, dio al páncreas la identidad definitiva de órgano endocrino.
Al lesionarse los islotes de Langerhans, la cantidad de insulina que producen se torna insuficiente y el sujeto se transforma en diabético.

Aunque la enfermedad era bien conocida por aquel entonces, los progresos en la terapéutica de la misma marcharon necesariamente a la zaga de los conocimientos acerca de ella.

Desde 1898 a 1914, período designado como “era de Naunyn” (nombre del gran investigador alemán), el tratamiento consistió en someter al paciente a una dieta hipergrasa y con restricción máxima de los hidratos de carbono de los que sólo se le permitía ingerir una cantidad mínima y siempre que no ocasionara la aparición de glucosa en la orina. Ron Noorden propiciaba para ese entonces la cura de avena. Ese mismo concepto, ampliado a la luz de las experiencias de Alien, quien en 1914 demostró el gran beneficio de las dietas reducidas en calorías, se tradujo en regímenes pobres en hidratos de carbono y de disminuido valor en calorías, que fueron los más empleados hasta 1922. A partir de esafecha se operó un cambio radical en el tratamiento de la diabetes debido al descubrimiento de la insulina, llevado a feliz término por dos investigadores canadienses: el doctor Frederich Banting y el entonces estudiante Charles Best. En 1921, estos estudiosos lograron aislar la insulina a partir del páncreas, y esta sustancia, que fue cristalizada en 1926por Abel, apareció en el campo de la medicina, otorgando bienestar inapreciable a los pacientes diabéticos. Ese mismo año. Adíesberg y Porges iniciaron las pautas dietéticas modernas. Sin ese hallazgo, aún en nuestros días, millones de seres humanos buscarían en vano, como innumerables generaciones de sus antepasados, alivio para sus sufrimientos. La insulina significó la vida para millones de diabéticos y la posibilidad de salvar emergencias en muchos otros casos, en momentos en que estos pacientes, convencidos de que la medicina les brindaba muy pocas posibilidades, recurrían a una ridicula serie de remedios caseros.

Con este descubrimiento se inició además una nueva etapa, la era de Banting, en la cual los progresos con respecto a los conocimientos sobre la diabetes han sido en realidad extraordinarios.

En una serie de estudios fundamentales, púsose en evidencia la importancia de la hipófisis en el manejo de los azúcares por parte del organismo, conjunto de experimentos que fueron confirmados con la producción de diabetes por extractos hipofisarios lograda por el investigador inglés Young. Por su parte, los norteamericanos Jong, Liukens y Dohan aportaron los hechos que señalan la importancia de otra glándula, la corticosuprarrenal, en esos mismos procesos. Comienzan en este período, en el que sobresalen como clínicos E. P. Joslln y R. D. Lawrence y en nuestro país Pedro Escudero, los estudios destinados a prolongar la duración de la acción de la insulina, con la finalidad de hacer posible el tratamiento adecuado de los pacientes que necesitan el agregado de esta hormona, en la forma menos penosa.

Ese importante adelanto fue logrado en Copenhague, por Hacedorn yJensen en 1936, cuando añadieron a la insulina una sustancia obtenida de la esperma de los peces: la protamina.

Este acontecimiento marcó el comienzo de una nueva era en la evolución de nuestras adquisiciones con respecto a la diabetes, la era de Hagedorn; en ella se realizaron importantes estudios, con la finalidad de obtener un tipo de insulina que no presentara los inconvenientes fundamentales de la insulina-cinc-protamina, recién lograda. 1) acción más intensa durante la noche cuando su necesidad es menor, y 2) frecuencia relativa de las manifestaciones alérgicas.

De todas las modificaciones propuestas, las que significan un adelanto positivo fueron: la globina insulina con cinc, obtenida por Reiner, Searle y lan; la insulina NPH, por los daneses Krayenbuhl y Rosemberg, y las insulinas lentas, por los daneses Hallas Moller, Peterse y Schiehtkruld. Estas últimas son las formas de insulina de acción lenta, adecuadas para un número mayor de pacientes.

La posibilidad de utilizar sustancias activas administradas por vía bucal, con posterioridad a Janbon, fue concretada cuando Augusto Loubatiéres, en 1942, demostró de modo experimental que dicha potencialidad se manifestaba regularmente para ciertos compuestos vinculados con las sulfamidas, lo que fue confirmado en la clínica humana por los alemanes Ranke y Fuchs, Achelis, Hardebeck yBertram, Bendfeldt y Otto, en 1955. Con ello se hizo realidad, para un porcentaje importante de diabéticos, no para todos, un sueño largamente acariciado.

El conocimiento del mecanismo íntimo de la enfermedad progresó con la demostración de la importancia de la glándula tiroides en el aprovechamiento de los azúcares, efectuada por Houssay y colaboradores, y la puntualización, por este mismo grupo junto con autores norteamericanos y canadienses, de las condiciones que protegen al páncreas de diversos agentes nocivos.

El conjunto de los adelantos realizados desde 1944 hasta nuestros días es considerado en una etapa que ha sido denominada como era de Best y es en ese período que Saner descubre la fórmula de la insulina que es sintetizada por Zahn y Meienhofer por un lado y por Katsoyannis por otro.

Investigaciones efectuadas en este período han permitido también conocer la naturaleza de agentes agresivos para los islotes deLangerhans. De este modo se ha comprobado la acción dañina selectiva de una sustancia parecida al ácido úrico; el aloxano, así como también el daño que produce el mantenimiento de una elevada concentración de azúcar en la sangre por períodos prolongados. Houssay y su escuela han realizado estudios muy importantes sobre el primer aspecto, mientras que el aporte fundamental en el segundo, ha sido efectuado por Luens y Do han.

Este breve repaso histórico, necesariamente incompleto, deficiente, y casi diríamos injusto para con una multitud de investigadores que resulta imposible citar, nos ha permitido aclarar la evolución de los conocimientos hasta nuestros días justificando losfundamentos que dan base a las normas científicas actuales. Estos criterios médico-científicos a que aludimos se refieren no sólo al aspecto del tratamiento, sino también al mejor conocimiento de toda la enfermedad y, como ha dicho Jaureui en una excelente revisión del tema, todas las ramas especializadas de las Ciencias Biológicas y Médicas, así como también la Psicología, la Sociología, la Medicina Social, etc., han tenido algo que descubrir y enseñar.

Nace así, para el diabético y el médico, la obligación de compenetrarse en las fases prácticas que le interesan en forma directa, y además en aquéllas que pueden contribuir a hacer menos frecuente la afección y más agradable su existencia y la de otros diabéticos.