Todo médico, al disponerse a tratar a un nuevo diabético que llega a sus manos, deberá en primer lugar determinar frente a qué “tipo de diabético” se encuentra; es decir, debe calificarlo concretamente. El interrogatorio, el examen clínico y las investigaciones complementarias de laboratorio, junto con la evolución habida hasta el presente, darán los elementos de juicio necesarios para la calificación definitiva.
Iniciación y continuación del tratamiento
Merece recordarse que el tratamiento de la diabetes implica el control de una perturbación fisiológica, en forma tan perfecta como sea posible, y la guía y mantenimiento adecuado de un paciente afectado de una enfermedad crónica e incurable, que aún arrastra, para el no informado, grises estigmas ya pasados.
El proceso educativo debe iniciarse desde el comienzo, demostrando optimismo frente al enfermo y, sobre todo, ante los casos recientes. El estímulo del médico y la instrucción, son importantísimos factores hasta que el paciente comprenda que no irá a la inanición; que se lo aliviará de sus síntomas; que podrá vivir en condiciones normales casi tanto como los sanos; que él mismo será el principal ejecutor de las indicaciones terapéuticas, y que todo ello no lo obligará —salvo raras excepciones— a un cambio de sus ocupaciones o actividad.
En el caso de antiguos diabéticos, que las más de las veces se presentan con prejuicios y “mafias” adquiridos desde mucho atrás, lo fundamental es reeducar. Sólo los convence el dolor o el temor, y se hace menester presentarles la verdad en toda su crudeza, si se desea no ser cómplices inconscientes de un porvenir muy poco halagüeño.
En los casos más serios, puede ser aconsejable la internación por unos días, hasta tanto se consiga una buena regulación dietética (e insulínica) y se instruya al paciente en el manejo del régimen, de la insulina, de los análisis más simples y de las medidas esenciales de higiene.
La dieta es fundamental para todos los diabéticos, como indicación permanente. Las más de las veces debe ser rigurosamente cuantitativa. Ella sola equilibra el trastorno metabólico en más del 50 por ciento de los diabéticos mayores de 45 años.
Los hipoglucemiantes y la insulina servirán para regular a aquéllos que no se equilibran sólo con la dieta y su prescripción siempre debe ser posterior al régimen o, cuanto más, realizada en forma simultánea. La insulina nunca debe indicarse con la única finalidad de permitir cualquier liberalidad en la dieta.
Su prescripción inmediata se justifica:
- Si hay acidosis.
- Si la gran sintomatología funcional significa incapacidad física.
- Si es imprescindible el control inmediato de la glucosuria por urgentes situaciones quirúrgicas, o por otras razones: complicación aguda sobreagregada, infección, etcétera.
- En gran parte de los adolescentes y niños diabéticos.
La valoración adecuada de los distintos elementos de juicio que informan sobre la marcha del tratamiento, establecerá la necesidad de modificarlo en uno u otro sentido.