La diabetes mellitus es una enfermedad antigua, quizá tanto como el propio hombre, pues ya era conocida por los antiguos chinos e hindúes y es mencionada en el papiro de Ebers, libro egipcio en el que se encuentran tratamientos para numerosas enfermedades (1.500 años a. C.) y en el que se sitúa el descubrimiento de la diabetes mellitus.
En tiempo de los griegos, Areteo de Capadocia (70 a. C.) describió esta enfermedad con el nombre actual, que significa “discurrir a través o atravesar”, pues la orina abundante, sequedad de boca y pérdida de peso lo interpretó como una “fusión de la carne del cuerpo, que se eliminaba por la orina”.
En el siglo XVII, Thomas Wielis observó que la orina de los diabéticos era dulce como la miel o el azúcar, y posteriormente DOBSON comprobó que era dulce porque contenía azúcar, lo cual dio origen a los primeros regímenes dietéticos para el control de la enfermedad.
En 1859, Claude Bernard demostró que la hiperglucemia era el signo fundamental de la enfermedad. En 1869, Langer Hans describió los islotes pancreáticos como diferentes de la glándula exocrina. En 1889, Mering y Minkowsky vieron cómo la pancreatectomia en el perro producía unos trastornos metabólicos similares a los de la diabetes mellitus; pero pasaron 32 años antes de que Banting y Best descubrieran que un extracto pancreático denominado insulina por Mac Leod era capaz de hacer desaparecer las consecuencias de la pancreatectomia. Su purificación por Collip permitió su empleo en la clínica humana y salvar numerosas vidas, algunas de forma sorprendente y casi milagrosa, cuando ya el enfermo en coma estaba al borde de la muerte.
Hay que reconocer en honor de un rumano, Paulesco, que cuando Banting y Best estaban iniciando sus trabajos, Paulesco había obtenido, en 1916, resultados similares, que a causa de la guerra europea no pudo publicar hasta 1921, con gran detalle y exactitud, denominando “pancreatina” al extracto pancreático.
La idea tan sencilla que relacionaba la diabetes con la falta de insulina se vio complicada poco después, cuando las experiencias de la escuela argentina de Houssay demostraron la influencia de la hipófisis, suprarrenales y tiroides sobre el metabolismo de los hidratos de carbono y sobre la aparición, mantenimiento y evolución de la diabetes mellitus.
Los últimos 30 años han sido ricos en conocimientos sobre la diabetes mellitus a través de las experiencias de provocación en animales y los avances notabilísimos de la bioquímica, analítica y terapéutica. En 1939, Hagedorm introduce las insulinas retardadas, facilitando su empleo en la clínica. En 1942, Loubatiéres y Jambon inician la terapia oral con sulfonilureas. Sanger, en 1953, establece la estructura química de la insulina de buey, y en 1960 lo hacen Nicol y Smithcon la humana, de forma que cuatro años más tarde es sintetizada simultáneamente en Alemania (Zahn) y en Estados Unidos (Katsoyannis), cuando ya desde hacía muchos años Yalow y Berson realizaban su radioinmunoanálisis en plasma con un resultado sorprendente: no todos los diabéticos carecían de insulina en su sangre.
El descubrimiento de la proinsulina por Steiner, en 1967, ha abierto nuevas vías de enfoque para la diabetes que quizá aún no hayan dado todos sus frutos. Pero aún quedan por conocer aspectos oscuros de esta enfermedad, y si cabe, uno o varios tan importantes como el de Banting y Best (o si se prefiere, Paulesco), ya que todavía se desconoce la etiología de la inmensa mayoría de los casos de diabetes mellitus humana.